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Los hogares de mi infancia

Karelly Castillo

December 2022

Cuando yo nací, el mayor anhelo de mi madre era poder darme la oportunidad de obtener un mejor futuro en los Estados Unidos y así fue. Sin embargo, mis primeros seis años los viví en el segundo piso de un condominio en la colonia Independencia, ubicada en Tijuana, Baja California. Para ser honesta, yo solo jugaba y a veces dormía en esa casa, ya que me la pasaba yendo a la casa del primer piso donde vivían y me cuidaban mis abuelos mientras mi mamá trabajaba.

En ese tiempo, la colonia aún era bastante segura, todos se conocían uno al otro y a mis abuelos les encantaba salir a platicar con varios vecinos. El transporte público era bastante seguro en la colonia y todo estaba muy bien mantenido. Teníamos dos taqueros y dos tienditas de la esquina a las cuales íbamos frecuentemente, los dueños me vieron crecer y aún disfruto ir a charlar con ellos cuando voy a visitar a mis abuelos. La casa del segundo piso tenía una vista muy linda, especialmente desde mi cuarto ya que tenía vinilos tornasol en mi ventana. En la casa del segundo piso, yo tenía un cuarto temático de las princesas de Disney y otro cuarto repleto de mis juguetes favoritos, me encantaba tener visita, ya que podía invitarlos a jugar conmigo. Desde muy temprana edad me encantaba el color rosa, mis paredes, muebles y decoraciones siempre debían tener algún toque de rosa sin falta.

Ambas casas tenían una estructura similar, tres cuartos, un baño y la sala conectada al comedor. Mi abuela se la pasaba cocinando, su casa siempre olía a sus riquísimos platillos caseros y eso era lo que más me encantaba. Si mi abuela no estaba en la cocina, sus velas con olor a vainilla siempre estaban encendidas alrededor del hogar. Uno de mis lugares favoritos eran los escalones entre medio de ambas casas. Recuerdo que siempre jugaba a los tazos y canicas con mi primo cuando mi abuela lo cuidaba. Mi abuela grababa muchos episodios de “Barbie,” “Dora la exploradora” y “Ositos cariñositos” para que yo tuviera con que entretenerme al llegar de la escuela. Incluso me dejaba ayudarle a cocinar y ayudarle en sus trabajos como costurera.

Durante esos seis años, mi rutina consistía en que mi mamá me levantara para llevarme a la escuela y mi abuela me recogiera para caminar a la plaza donde había una nevería “Thrifty” y luego tomar el camión de vuelta a casa. Cuando mi mamá me dejaba en la escuela, se iba directo a trabajar y llegaba muy tarde a la casa, ya que trabajaba turnos completos y cruzaba la línea a diario. Cuando ella llegaba a casa, yo estaba exhausta de tanto jugar que hasta mi abuelo me cargaba hasta el segundo piso para acostarme, si me quedaba dormida esperándola.

No cabe duda de que ambas de estas casas están repletas de recuerdos, pero yo siempre quise tener a alguien con quien compartir mis juguetes y tiempo libre. Esta razón fue por la cual estuve dispuesta a dejar la casa del segundo piso, cuando mi mamá me preguntó si me quería mudar a los Estados Unidos, cuando mi hermano venía en camino. Vivir en ambas casas definitivamente me ayudó a entender lo difícil que era la situación y lo mucho que se esforzaba mi mamá para sacarnos adelante. Ser criada y educada por mi abuela es algo que realmente aprecio hasta hoy en día ya que somos inseparables. Ella tomó el rol de madre cuando la mía tenía que ausentarse y me implicó muchos valores que aún utilizo en mi vida actualmente.

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