La Historia de Ismo
Sergio Ismael Gracia-Ruiz
December 2022
Mi historia empieza en junio del 2001, en las afueras de la Ciudad de México, donde viví mis años formativos. Yo vengo de una familia grande donde tienes varios tíos y tías y hasta tengo tíos-niños. A ese tiempo sólo conocía lo que es Atizapán, una zona donde se intersecta el urbanismo extremo y los suburbios; donde se respira el smog en los parques abiertos. Mi conocimiento del mundo no iba más allá de Coyoacán y el negocio de mi abuelo. Ahí crecí con mis dos hermanos mayores, mi mamá y mi papá. Mi mamá era ama de casa; siempre estábamos a su lado. Mi papá era un hombre de negocios y no veía tanto de él. Por cierto, no me puedo olvidar de mi mejor amiga, mi abuela, no me podías despegar de ella, cada minuto de mi vida estábamos juntos.
Mi familia siempre ha sido muy cercana, cada domingo nos juntábamos para una comida. Todo lo hacíamos alrededor del negocio de mi abuelo y tiene razón. Por ese negocio ha podido sacar adelante a sus trece hermanos, sus hijos y los de la comunidad. Entonces naturalmente el negocio es una parte central de mi vida. El negocio se concentra en el fútbol americano, que puede sonar un poco imposible tener un negocio que se concentra solamente en ese deporte, pero a ese punto ya tenía cerca de veinte años establecido. Por esa razón el juego de fútbol americano ha sido parte de mi vida desde el primer día.
En mi niñez, mi ambiente era tranquilo pero yo era la fuerza que cambiaba todo. Mis hermanos me dieron el apodo de “el destructor” o “chooky” como el muñeco embrujado. Pero al mismo tiempo era muy creativo, sensible y artístico extremadamente diferente de mis hermanos que les gustaba el deporte. Era un niño muy inquieto siempre jugando, siempre agarrando algo, siempre en mi propio mundo.
Pero todo eso iba a cambiar. A mediados de 2005, nos dijeron que nos íbamos a mudar a los Estados Unidos. En ese momento se me dio vuelta a mi mundo, ya no solo existía Atizapán o Coyoacan ni Naucalpan. Ahora mi mundo se movía a Erie, Pennsylvania; que lugar tan extraño para mudarse.
Llegar a los Estados Unidos fue toda una aventura. Erie es una ciudad al final del país solo un lago separando la ciudad y el país de Canadá. Para llegar ahí teníamos que viajar en avión por horas, no podía entender que estábamos cruzando todo un continente. Eran las horas más emocionales de mi vida; le estaba diciendo adiós a mi familia, a mis amigos, a mi casa, mi mundo. Aterrizando en Erie me sentí muy peculiar, era un aeropuerto extremadamente rural y chico y viendo para afuera era oscuridad.
Empezando la escuela en inglés fue uno de los retos más grandes que he experimentado. Recuerdo que me mandaban a clases de inglés como segundo idioma, ahí aunque sea que me estaban ayudando con mi inglés, fue obvio que muchos de mis compañeros me veían como un “otro”. Me sentía muy aislado, pero por esa clase conocí muchos hispanohablantes y pudimos hacer nuestra comunidad latina ahí en el norte. En ese aspecto la comunidad latina si era muy diversa había mexicanos, colombianos y venezolanos. Cuando llegó el tiempo del invierno por razones obvias estaba emocionado, era la primera vez que vi la nieve. Para mí era algo increíble pero no sabía claramente que implicaba que el invierno era frío, oscuro y deprimente. Solo duramos un año ahí, era tiempo para un cambio, un ambiente nuevo y temperaturas más altas.
El cambio más grande de ese año fue la llegada de una adición a la familia. Al año de mudarnos ahí nació mi hermana y con eso cambió la dinámica familiar donde yo no era el chico de la familia. El siguiente cambio gigante fue que perdió el trabajo mi padre, en ese invierno tomó una oferta en San Diego. Mudarse a San Diego fue un choque de cultura completa, era un lugar tan diverso, pero, aunque sea que el aire estaba caliente. mis compañeros de aquí eran fríos. Era muy difícil hacer amigos y más amigos hispanohablantes.
Esos años de la primaria se hizo más obvio que era “otro”-Empecé a subir de peso de un modo alarmante. No solo me veía y sonaba diferente pero ahora también me veía diferente y estaba enfermo. Desarrollé una condición donde se cicatrizaba el hígado y pre diabético, por esta razón no me dio chance de desarrollar mis intereses y fui forzado a entrar al fútbol americano. Ahí me sentía aislado, no había niños como yo y el soporte que me daba mi familia era inadecuado. Lo peor es que esos pensamientos se intensificaron en mi transición a la secundaria y comprendí que no era como otros niños en otro nivel.
En ese tiempo, cada vez que quería expresarme fuera del deporte, se ponían extremas las emociones en casa. En este tiempo decidimos tener nuestro propio negocio de deportes en los Estados Unidos, entonces la expectativa de estar en fútbol americano era extrema. Pasaron los años y seguí en la preparatoria. Durante ese tiempo desafortunadamente mis hermanos tuvieron que regresar a México. Desde ese punto, he sido el único hijo varón viviendo aquí en los Estados Unidos, desde entonces creció mucho la presión de completar la visión que yo tenía de mí mismo y las expectativas de mis padres.
En un punto esa presión se volvió algo que no podía soportar. El verano después de mi segundo año decidí que era tiempo de empezar a ver qué me interesa. También decidí que era el momento de salir del closet. Hacer los dos al mismo tiempo fue una de las peores decisiones que podía haber hecho. En una noche deshice las expectativas sociales que tenían para mí, pero también fue una decepción de la tradición familiar. Esa noche también dañé la relación que tenía con mi mamá, ella cuando salí del closet me dijo “creo que estás confundido”, desde que esa frase salió de su boca, nunca hemos tenido la misma relación que teníamos antes. Las semanas después sentí como estaban decepcionados de mi decisión y en mi mente no podía diferenciar el por qué.
Desde ese día de verdad se me fueron mis calificaciones, caí en una depresión severa. Cuando llegue al último año de preparatoria, se me hizo claro que no voy a ir directamente a la universidad por mis calificaciones. Adicionalmente, por tener miedo del español no me sentía bien yendo a estudiar a México como mis hermanos. A ese tiempo, se puso en serio el trabajo de mi papá de patrocinarnos para la residencia permanente. Entonces, con esa información decidí ir al colegio comunitario. Si no adquirimos la residencia a partir de mi cumpleaños número veintiuno me tendría que regresar a México. Todo sin saber que en mi segundo semestre todo el mudo iba a cambiar.
El año dos mil veinte fue muy doloroso, casi perdimos todo en México y perdimos a muchos familiares. Lo que más me pegó fue la muerte de mi abuela, en ese punto era la única persona a quien sí le podía hablar sin filtro, sin tener que esconderme, sin tener el miedo que la decepcione. Recuerdo la última vez que le hablé, yo estaba emocionado de que saqué el primer diez en cualquier materia en mi vida y estaba muy orgullosa. Un año desde el empiezo de la pandemia, sí podíamos adquirir la residencia. Ese mismo mes que la adquirimos apliqué a San Diego State y me aceptaron.